Peregrino: Mil días lejos de casa (Reflexiones para gente que viaja por negocios) Luis Fernando Aragón Las citas bíblicas, a menos que se indique otra cosa, están tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Las citas bíblicas que llevan la indicación “DHH” han sido tomadas de La Biblia – Dios habla hoy, tercera edición, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1996. Revisión filológica del texto: Carlos Alonso Vargas 2 Índice Introducción...................................................................................................................................08 1. Un lugar donde vivir.............................................................................................................13 Algunas dificultades para sentirme como en casa en una habitación de hotel. 2. Triatlón y prioridades............................................................................................................16 De cómo una oportunidad fantástica de visitar Japón con todos los gastos pagados dio un vuelco a mis prioridades. 3. No hay cuartos disponibles...................................................................................................18 Las cosas salen mal durante un viaje combinado de negocios y vacaciones, lo cual deja a mi familia sin un lugar para pasar la noche. 4. Taxistas.................................................................................................................................23 Algunas interacciones potencialmente trascendentales con taxistas en varios países. 5. Crisis con la computadora.....................................................................................................26 La pérdida de toda la información en mi computadora se convirtió en algo mucho peor de lo que yo imaginaba. 6. Celo por la evangelización....................................................................................................29 Hay que aprovechar los tiempos muertos en el aeropuerto. 7. Mi mayor temor....................................................................................................................31 De cómo tuve que enfrentar mi mayor temor durante un viaje a Australia. 8. Sin control.............................................................................................................................34 Durante los viajes nos puede tocar renunciar más de lo que quisiéramos al control de nuestras vidas, y eso nos deja agotados. 9. ¿Culpable?.............................................................................................................................37 Cuando estamos negociando con las autoridades en un país extraño, el tener la conciencia limpia puede marcar una diferencia enorme. 3 10. ¿Dónde está mi maleta? .......................................................................................................40 Algunos ejemplos sobre la ansiedad que todos enfrentamos mientras esperamos nuestro equipaje. 11. Confianza..............................................................................................................................43 El diablo aprovecha la oportunidad para tentarme cuando un extraño decide confiar en mí. 12. Cuando nos rehusamos a usar la cabeza...............................................................................45 Las cosas pueden salir mal cuando bajamos la guardia y nos dejamos llevar por nuestras emociones. 13. ¡Quietos!...............................................................................................................................49 ¿Cómo aprovechar ese tiempo muerto antes de despegar y aterrizar? 14. Un deportista frustrado.........................................................................................................51 El reto de mantenerse en buena condición todo el tiempo. 15. ¿Quién soy yo?......................................................................................................................53 La necesidad de mantener intacta nuestra identidad como hijos o hijas de Dios durante los viajes internacionales. 16. Enfermo en el extranjero.......................................................................................................56 Cuando nos enfermamos estando de viaje podemos concentrarnos en unas pocas cosas verdaderamente importantes. 17. Sobre la tentación y el entrenamiento deportivo...................................................................57 De viaje en Turquía, una tentación totalmente inesperada suscita algunas reflexiones sobre el contraste entre la incomodidad que experimentamos al entrenar intensamente, y la manera en que Dios quiere que manejemos la tentación. 18. Spera nel Signore..................................................................................................................60 Los viajes nos dan numerosas oportunidades de practicar nuestra capacidad para esperar, una destreza que adquiere especial importancia cuando la gratificación inmediata se ha vuelto tan común. 19. Hambre..................................................................................................................................62 4 El hambre es asunto de todos los días para millones de personas, mientras los hombres y mujeres de negocios se gastan sumas importantes en cenas suntuosas y las compañías de alimentos se esfuerzan por ser cada vez más rentables. 20. ¿Ángeles?..............................................................................................................................66 Tres historias cortas sobre la intervención de Dios durante mis viajes. 21. Compasión por las multitudes...............................................................................................69 Me cuesta mucho ser compasivo mientras tengo que batallar con las aglomeraciones en el aeropuerto, en las carreteras y en el avión. 22. El caballero...........................................................................................................................72 ¿Deberíamos viajar como un caballero armado, o lo más livianos posible? 23. Novedades.............................................................................................................................75 Ciertamente no es divertido montarse en el mismo vuelo y releer el mismo número de la revista de la aerolínea, pero necesitamos controlar nuestra afición por lo novedoso. 24. Niebla....................................................................................................................................77 A veces tenemos que volar por instrumentos. 25. Planes frustrados...................................................................................................................79 Los planes especiales para regresar con mi familia lo antes posible no salieron como yo hubiera deseado. 26. Me Tube................................................................................................................................81 Estrategias para controlar la televisión durante los viajes. 27. Autos.....................................................................................................................................85 Lecciones sobre gratitud derivadas de distintas experiencias de alquiler de autos. 28. Atrapado en un avión............................................................................................................89 No es agradable sentirse atascado, atrapado. Sin la esperanza de tener una salida, uno puede caer en la desesperación. 29. Ceremonia de premiación.....................................................................................................91 5 ¿Qué sacrificamos para lograr nuestra metas? 30. Una perspectiva distinta........................................................................................................92 Evaluamos nuestras experiencias de cada día desde una perspectiva demasiado reducida, limitada. Pero perder un vuelo podría ser algo muy bueno. 31. La decisión correcta..............................................................................................................95 A menudo tenemos la certeza en nuestro corazón de lo que debemos hacer, sencillamente porque es lo correcto, y no por una promesa tácita o explícita de que las cosas van a salir como quisiéramos. 32. Vale más pasar un día en tus atrios.......................................................................................98 La decisión complicada de hacer un viaje optativo, y cómo este puede salir mal. 33. Tu mano derecha no me suelta............................................................................................100 Estamos realmente seguros en las manos de Dios… más aún que en las de nuestra madre. 34. De no ser por la gracia de Dios... (¿Cómo me hacen esto a mí?).......................................102 La práctica de crecer en paciencia por las complicaciones de un viaje, a pesar de que yo me quedaba en casa. 35. Deslumbrado.......................................................................................................................104 Mientras trabajo con una estrella del fútbol, medito en los distintos tipos de luz y cómo impactan nuestra vida. 36. Satisfacción.........................................................................................................................107 Lo difícil que es estar lejos del padre. 37. Me siento bastante inútil.....................................................................................................109 Dios hace las cosas a su debido tiempo, y Él sabe lo que es verdaderamente importante. En este caso, pareciera que le interesa más el proceso que el producto final. 38. Mi mejor amigo me regaló una pistola...............................................................................111 Una historia sobre traición y perdón. 6 39. Cómo mantenerse en forma................................................................................................115 El reto de mantenerse físicamente activo durante los viajes de negocios, y una colección de consejos basados en mi propia experiencia. 40. Haciendo fila.......................................................................................................................119 No habrá que esperar más para llegar a casa. Epílogo.........................................................................................................................................120 Apéndice....................................................................................................................................122 7 Introducción ¿Lo han asaltado alguna vez? ¿Lo ha estafado un taxista? ¿O le han perdido las maletas? ¿Qué tal una gastroenteritis estando de viaje? Los viajes representan muchos retos, pero mi intención no es referirme a las distintas formas de evitar incomodidades o a cómo mantener la dulzura de carácter en medio de los viajes difíciles. Ni siquiera me interesa la necesidad de los viajeros de evitar los asaltos o de protegerse de tantos otros peligros físicos y retos que se nos hacen más patentes al estar de viaje. Este libro trata más bien de las pruebas que podemos enfrentar los cristianos; pruebas que, si bien no son totalmente distintas a las que enfrentamos a diario en nuestra casa u oficina, sí pueden ser más difíciles de superar durante los viajes. Nos llaman “guerreros itinerantes.” Qué romántico, qué emocionante… ¡qué estúpido! La exageración poética no acaba ahí. Una publicidad en inglés del Hotel Courtyard Marriott dice: “Portando maletines ejecutivos y sin suficientes manos para cargar todo el equipaje de mano a través de cien aeropuertos. Es suficiente para volver al viajero de negocios duro como un yunque.” Se supone que nos debemos sentir como si fuéramos héroes, una raza especial de soldados valientes. En la realidad, no somos más que cientos de miles de hombres y mujeres cansados y estresados que tenemos que enfrentar demasiados retos todos los días. La forma en que enfrentamos nuestras pruebas al viajar es importante porque el viajero de negocios, igual que el peregrino, tiene un propósito específico, una meta clara, un destino. A diferencia del turista, el peregrino tiene un propósito que va más allá del viaje en sí: viajar no basta, aunque se haga con todo el “caché”. De cómo se maneje cada viaje dependerá si se logra su objetivo específico; de cómo se manejen los viajes en su conjunto dependerá si se logra la meta final, sea esta la estabilidad económica, una familia hermosa y exitosa, o la vida eterna con nuestro Señor Jesucristo. El punto es que mientras pasamos distraídos viajando frecuentemente por negocios, nuestra salvación y salud espiritual podrían estar en peligro por el riesgo de la conformidad, por el tedio de la cotidianidad, o por la tentación de la desesperación. A ratos nos vamos deslizando lentamente por un camino de pecadillos sin importancia y apatía general que erosionan nuestras almas; otras veces, nos aplastan nuestra insignificancia y la frustración de fracasar en las cosas 8 más básicas mientras aspiramos a alcanzar grandes metas por Cristo. Entre otras cosas, a la luz de Efesios 6:12, este libro narra cómo he ganado muchas batallas, reconociendo a la vez que he perdido un buen número de ellas. Ahora bien, estar de viaje nos recuerda constantemente que no somos más que peregrinos en esta Tierra. Habitamos en casas temporales, siempre tratando de ajustarnos a lo que nos rodea, persiguiendo de continuo esa comodidad tan esquiva con la que nos seducen los genios del mercadeo mientras que en secreto, quizás inconscientemente, anhelamos nuestro hogar celestial, el lugar para el cual fuimos creados, el único lugar donde podremos estar realmente a gusto. He organizado estos mil días lejos de casa en cuarenta travesías o historias, inspirado en la tradición cristiana y en aquellos pasajes de la Biblia en los que se ven los cuarenta días como un tiempo de preparación, como un tiempo de prueba o de oración o de ayuno antes de que ocurra algo importante: los capítulos 7 y 8 del Génesis narran el diluvio universal, 40 días y 40 noches de lluvia; Moisés subió a la montaña y pasó 40 días y 40 noches a solas con Dios, en dos ocasiones (Éxodo 24 y Éxodo 34); el profeta Elías, temiendo por su vida, huyó y quiso morirse, pero Dios lo alimentó y lo fortaleció para que pudiera realizar una jornada de 40 días hasta el monte Horeb (1 Reyes 19:8); Jesús mismo, habiendo sido guiado al desierto por el Espíritu Santo, ayunó por 40 días y fue tentado por el demonio (Lucas 4:1-13). Cuarenta fueron también los años que Dios guió a su pueblo en el desierto, para humillarlos y ponerlos a prueba para saber qué había en sus corazones (Deuteronomio 8:2). Cuarenta son las historias en este libro. ¿Por qué leer este libro? ¿Por qué lo quise publicar? La verdad, no soy ni teólogo ni filósofo; nada más trato de usar mi inteligencia y mis sentidos para observar el mundo a mi alrededor y entender la vida, con ayuda de la Palabra de Dios. Es muy probable que usted haga lo mismo. No soy poeta, aunque en mis manos un lápiz es mil veces más útil escribiendo palabras que tratando de dibujar. Tampoco soy un santo, ni mucho menos. Sí trato de seguir el consejo de Santiago de no solamente escuchar la Palabra, sino de ponerla en práctica (ver Santiago 1:22), aunque a menudo me topo con resultados decepcionantes. Soy el tipo de hombre que, montado en un avión, puede leer en su Biblia a las 6 de la mañana sobre cómo Jesús, luego de enterarse de que su primo y amigo cercano Juan el Bautista había sido decapitado, trató de alejarse para orar, pero se topó con una gran multitud que tenía múltiples necesidades. Él dejó a un lado su propio dolor, y sanó 9 a los enfermos. Luego procedió a darles de comer; no fue sino hasta que proveyó para todas las necesidades de la gente que lo buscaba, que se apartó para pasar un rato a solas en oración como era su intención (ver Mateo 14:12-16). Tremendamente inspirado por la historia, puedo entonces orar a Dios pidiéndole su amor para poder cuidar a otros de manera desinteresada y generosa, y esa misma noche tirarlo todo por la ventana cuando, al llegar a casa, le digo a mi querida esposa Ana María que no quiero saber nada de sus frustraciones con nuestros hijos porque tuve un largo día y estoy muy cansado. Todavía me falta, y me falta mucho. Sé que soy hijo de Dios, gracias a la sangre preciosa de Jesucristo. Soy también un luchador. Me esfuerzo por resistir en el día malo y, después de haberme preparado bien, confío poder mantenerme firme. Sé que la victoria es mía, por la gracia de Dios, pero también quiero hacer todo lo que esté a mi alcance para complacerlo a Él. Las historias en este libro narran la búsqueda sincera de la rectitud de un viajero: nada sobresaliente, nada especial. Dios ha llamado a unas cuantas personas comunes y corrientes a hacer cosas extraordinarias; la gran mayoría de nosotros, mientras seguimos aspirando a ser personas extraordinarias, hemos sido llamados a encargarnos fielmente de todas las cosas comunes y corrientes. Para mí, seguir los pasos de Jesús en humilde obediencia es un reto suficientemente grande. Estoy casado con Ana María desde 1988, y tenemos dos hijos. Soy científico del ejercicio, una persona que ama los deportes y que dedicó 10 años a sus estudios universitarios para finalmente descubrir cuán poco sabemos sobre fisiología humana y nutrición deportiva. Vivo en un pequeño país, Costa Rica; doy clases en la Universidad de Costa Rica, y le dediqué una cantidad considerable de tiempo durante once años completos al trabajo de consultoría, lo cual me obligó a viajar internacionalmente más de 90 días al año. Para algunos de Ustedes, eso apenas me califica como guerrero itinerante, pero yo considero que sí he cumplido con mi cuota de viajes por asuntos de negocios. Este no es un libro sobre historias maravillosas y sobresalientes. Al inicio del proyecto, cuando mi esposa Ana leyó algunas partes, me dijo: “Esto no es lo que yo me esperaba; no te entendí bien. Yo pensé que ibas a compartir historias especiales sobre cómo Dios había escuchado y respondido a tus oraciones de manera milagrosa durante tus viajes.” Pues sí, había un malentendido, aunque sí puedo decir que he visto la respuesta de Dios a mis oraciones 10 durante los viajes. En realidad lo que quisiera es compartir mis reflexiones, mis luchas, mis revelaciones, con la esperanza de que otros puedan ser inspirados por algunas de ellas. Tanto un poeta cristiano como uno no creyente podrían ser originales en el sentido de que desprecian el ejemplo de sus predecesores y se apoyan en recursos que les son muy particulares, pero con esta diferencia: el no creyente podría tomar su propio temperamento y su propia experiencia así como están, y podría considerar que vale la pena comunicarlos simplemente por tratarse de hechos o, peor aún, por ser suyos. Para el cristiano, su propio temperamento y su propia experiencia, como simples hechos que son, y por el simple hecho de ser suyos, carecen absolutamente de importancia o valor alguno; recurrirá a ellos, si es que lo hace, únicamente porque son el medio a través del cual (o la posición desde la cual) se le reveló algo universalmente provechoso. C. S. Lewis, Christianity and Literature (traducción libre). 11 Viaje 1 Un lugar donde vivir Como viajero frecuente, uno tiene sus preferencias. Uno ha aprendido por la experiencia que debe evitar una habitación que esté justo enfrente del ascensor, o al lado de este, debido al tráfico y el ruido que lo acompaña. Por la misma razón, uno se mantiene alejado de las máquinas de hielo (¿por qué será que la gente siempre necesita hielo cuando uno está durmiendo?). Las áreas sociales son, supuestamente, para socializar, lo cual por lo general implica desde niveles bajos hasta niveles intolerables de ruido; como es un hecho que si uno está en la habitación no tiene interés en socializar, las áreas sociales no se mezclan bien con las habitaciones. ¿Por qué algunos hoteles las colocan juntas? El ruido de los automóviles que transitan por las calles de la ciudad y en los estacionamientos se ve aumentado por la alta probabilidad de que se dispare la alarma de algún auto a altas horas de la noche. Usted probablemente se habrá preocupado al notar una puerta que comunica su habitación con la del vecino, porque si bien usted sabe que la puede tener bien trancada para evitar demasiada comunicación con él o con ella, no tendrá más remedio que compartir sus preferencias de canales de televisión y quizás hasta sus canciones mientras se baña. Uno se preocupa si se da cuenta de que se olvidó de verificar que la puerta estuviera en efecto bien trancada, pues a nadie le gustaría que la persona en el cuarto de al lado le revisara sus cosas mientras uno está ausente o, aún peor, mientras uno duerme. Por cierto, ¿qué puede ser peor que tener un cuarto pequeño sin vista? Que le toque un cuarto pequeño sin vista, al lado de una suite. En una ocasión, yo había llegado unas tres horas antes y, para variar, había tenido tiempo de desempacar todas mis cosas, previendo una estadía de cinco días para participar de un congreso. Entonces llegaron mis vecinos: “¿Viste la habitación que nos tocó? ¡Increíble, este lugar está fabuloso!” La envidia me carcomía mientras escuchaba a la pareja de al lado hacer la gira de reconocimiento por su suite, pero la envidia cedió al temor, que no se marchó sino hasta que la desesperación se hubo acomodado. “Chepe, ¿adiviná qué? Nos dieron una suite. No lo vas a creer, ¡¡¡vení para que veás!!!” Los invitados llegaban con bocadillos, cerveza, música… Yo no podía creer cuántos conocidos tenía esta 12 gente. Dos horas después ya yo tenía mis maletas listas y había solicitado una transferencia a otra habitación. Sé lo que está pensando usted, pero yo no soy delicado. Simplemente necesito dormir bien cuando viajo, aún más que cuando estoy en casa. En serio, no soy delicado. Después de todo, mi hotel favorito para los viajes de trabajo es el Holiday Inn Express en Palatine, Illinois. Mis colegas se burlan de mí porque el hotel no es exactamente de lujo, no tiene restaurante, y aunque las instalaciones para hacer ejercicio son amplias y muy prácticas, son un poco rústicas. Pero sé exactamente qué puedo esperar las tres o cuatro veces por año que me alojo en ese hotel cuando visito el cuartel general del Gatorade Sports Science Institute® en Barrington. Cuando llego, me reciben de inmediato con un “Bienvenido una vez más, Dr. Aragón”. Me siento en casa. “No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy.” Juan 14:1-4 Yo no sé si a usted le pasa, pero yo resiento los viajes. No me gusta estar lejos de mi hogar. Dios ha puesto en mi corazón un fuerte deseo por el hogar celestial, que me hace estar peculiarmente consciente de mi condición de peregrino, tanto en la vida cotidiana en esta tierra, como durante los viajes. Eso es especialmente cierto cuando hay contrastes claros, como el Hotel Hudson en la ciudad de Nueva York. Llegué el domingo 5 de junio de 2005, la víspera de una reunión de negocios de tres días, después de un retraso de seis horas en el aeropuerto. Mi primera impresión del hotel fue “oscura”: el vestíbulo era oscuro, los elevadores eran oscuros, los pasillos eran sumamente oscuros. —Qué elegante —dijeron mis colegas. —Oscuro es oscuro —les contesté. 13 Y entonces llegué a la habitación: pequeña. Era realmente pequeña. No podía creer lo pequeña que era. Sabiendo que me costaba US$327 por noche, la sentí aún más pequeña. Le di una ojeada al menú de servicio en la habitación, y los precios eran paralelos al costo del cuarto. (Temiendo que las porciones también serían proporcionales al tamaño del cuarto, decidí que mejor salía a cenar.) Me sentí estafado, aún sabiendo que Nueva York es un lugar caro. Anhelaba estar en casa. El que estaba sentado en el trono dijo: “¡Yo hago nuevas todas las cosas!” Y añadió: “Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza.” También me dijo: “Ya todo está hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que salga vencedor heredará todo esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo.” Apocalipsis 21:5-7 Ese día estaremos finalmente en nuestro hogar, y recibiremos lo que es nuestro por la gracia infinita de Dios: un lugar que Cristo mismo nos ha preparado en la mansión de su Padre. 14 Viaje 2 Triatlón y prioridades Tiempo atrás, en 1985, cuando era un joven profesor asistente en la Universidad de Costa Rica, fui invitado por el gobierno de Japón a visitar Tokio y Kyoto durante diez días, con motivo del Año Internacional de la Juventud. La invitación me tomó completamente por sorpresa; parecía ser una excelente oportunidad, con todos los gastos pagados, pero tal y como tiende a suceder con las buenas oportunidades, tenía que tomar una decisión rápida. Decidí aceptar la invitación. A fin de cuentas, podía pedirle a algún colega que cubriera mis clases durante mi ausencia, y definitivamente durante el viaje podría continuar entrenando para el triatlón de El Coco, que se correría unas pocas semanas después. Bueno, tal vez tendría algunos problemas con el ciclismo, pero estaba seguro de conseguir una piscina para entrenar natación en el hotel, y el entrenamiento de carrera se podría hacer en cualquier parte... Se trataba de una oportunidad que no podía perder, a pesar de que había estado entrenándome para El Coco por varios meses. Ahora bien, la verdad es que no estaba listo para los retos que me tocó enfrentar: cambios en la dieta, desfase horario total, una agenda sumamente apretada, distracciones y diversiones, presiones de trabajo. Pronto se me hizo demasiado claro que tendría que concentrarme en el entrenamiento de la carrera y olvidarme de lo demás; con “lo demás”, renuncié también a mis tiempos de oración. Unos pocos días después de regresar a Costa Rica, fui a la iglesia el domingo por la noche. El padre Fernando Muñoz predicó el Evangelio con mucha inspiración, y tocó mi corazón: predicó sobre el amor a Dios y sobre la necesidad de ordenar correctamente nuestras prioridades. Con mucho dolor, me di cuenta de que mis prioridades no estaban bien: al escoger el viaje a Japón, había decidido que El Coco no era tan importante, cuando en realidad sí lo era. Peor aún: al seguir entrenando la carrera durante el tiempo en Japón, pero dejando de orar, había decidido que El Coco era más importante que mi relación con Dios. Esa noche me arrepentí sinceramente en oración delante de Dios. Tomé la decisión de no competir en El Coco como una señal personal de que Dios era mi prioridad sobre todo lo demás. 15 Uno de los maestros de la ley se acercó y los oyó discutiendo. Al ver lo bien que Jesús les había contestado, le preguntó: —De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante? —El más importante es: “Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor—contestó Jesús—. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” Marcos 12:28-30 16 Viaje 3 No hay cuartos disponibles Debo reconocer que mi experiencia no fue nada, comparada con las complicaciones que padecieron aquellas personas que tuvieron que soportar la cancelación de aproximadamente 250 vuelos, debido a problemas de manejo de equipaje en la entonces recién inaugurada terminal 5 del aeropuerto de Heathrow (Londres) en marzo del 2008, o peor aún, la cancelación de más de 2500 vuelos de American Airlines durante una semana de pesadilla en abril del 2008. Me doy cuenta de que lo mío fue una simple incomodidad comparada con las complicaciones, incertidumbre y legítimo terror experimentado por los pasajeros que volaban hacia varios aeropuertos en los Estados Unidos de América el 11 de setiembre de 2001, cuando los desviaron hacia otros aeropuertos donde quedaron atrapados durante varios días. Y no hay comparación con el trastorno más grande que ha sufrido la aviación desde la II Guerra Mundial, a causa de la erupción del volcán Eyjafjallajökull en abril del 2010. En mi caso en particular, fue en julio de 1998, cuando iba volando hacia Durango, Colorado, para una reunión científica. Me acompañaban mi esposa y mi hija de ocho años, y todos íbamos muy entusiasmados por la oportunidad de viajar juntos. Temprano en la mañana, había fallado el sistema centralizado de control para los pases de abordar de nuestra aerolínea, pero nosotros no teníamos ni idea de la gravedad del problema. Para nosotros, se trataba sencillamente de que nuestro primer vuelo del día había salido con un par de horas de retraso. Ahora bien, como tiende a suceder en esos casos, nuestra salida tardía se complicó cuando el piloto anunció que tendríamos que hacer una parada en Ciudad de Guatemala porque no teníamos suficiente combustible (?), lo cual implicaba pasar dos horas a bordo en tierra antes de continuar hacia los Estados Unidos. Por fin volamos hacia Dallas/Ft. Worth, donde nos informaron que definitivamente no lograríamos llegar a nuestro destino final ese día, y nos pusieron en un vuelo a Albuquerque, Nuevo México. “Al llegar ahí, les entregarán unos cupones para su hotel y comidas, y partirán a la mañana siguiente con rumbo a Durango.” La realidad en Albuquerque era radicalmente distinta de lo que nos imaginábamos: nos costó mucho encontrar algún representante de la aerolínea que nos ayudara, y cuando por fin lo 17 hallamos, se tardó alrededor de dos horas consiguiendo nuestros cupones y el nombre y la dirección del hotel. El transportista del hotel nos dejó frente a la puerta y se marchó, dejando a tres viajeros cansados con todas sus maletas. Al vernos, el recepcionista del hotel se rio y nos dijo que era imposible que tuviéramos una reservación, ya que todos los cuartos estaban ocupados. “De hecho, todos los hoteles de la zona están repletos, pues hay una convención en la ciudad y no hay un solo cuarto disponible”, nos dijo un poco más serio. Nosotros no podíamos creer que la aerolínea hubiera sido tan irresponsable como para enviarnos a un hotel sin reservación, pero caímos en cuenta de la dolorosa realidad: esa había sido la única manera de deshacerse de nosotros en el aeropuerto. Discutimos, esperamos, rogamos... y nada. El hotel simplemente no tenía cuartos disponibles. Hasta que llegó alguien que hizo unas cuantas llamadas telefónicas, y nos dio el nombre y la dirección de un hotel donde podríamos hospedarnos. “Está como a media hora de aquí en taxi, pero allí podrán dormir”, aclaró. Eso fue como música para nuestros oídos, pues ya para entonces eran casi las 10 p.m. Conseguimos un taxi, subimos nuestro equipaje, y le explicamos al conductor adónde queríamos ir. Mientras él procedía a conducir sin decir palabra, yo no pude dejar de notar cuán inmensamente grande era ese hombre: conducía un Lincoln Continental viejo, que es un auto sumamente ancho y espacioso, y aún así sus anchos hombros abarcaban desde la ventana izquierda hasta la mitad del respaldar del asiento. ¡Qué grande!, pensé. Y probablemente muy fuerte. Espero que no sea peligroso. Yo no me sentía nada seguro. Después de unos pocos minutos, nuestro conductor nos dijo que procediéramos a cerrar nuestras ventanas y trancar nuestras puertas. Nos explicó que no debíamos prestarle atención a nadie si él se veía forzado a detenerse en algún semáforo. Ana y yo nos volvimos a ver, compartiendo nuestra preocupación sin decir palabra. El conductor procedió entonces a preguntarnos por qué querríamos hospedarnos en el hotel que le indicamos: “¿Quién les recomendó ese hotel? Esa zona no es nada segura. Les sugiero que aseguren bien la puerta cuando entren a su habitación, y que no le abran absolutamente a nadie hasta que estén listos para partir mañana por la mañana.” A mi esposa no le hizo nada de gracia escuchar eso, y decidimos reconsiderar nuestro plan de acción. Le preguntamos al taxista si el aeropuerto de Albuquerque permanecía abierto toda la noche, y nos dijo que sí; le pedimos entonces que se 18 diera media vuelta de inmediato y que nos llevara de regreso al aeropuerto. Si bien probablemente no dormiríamos gran cosa, al menos nos sentiríamos más seguros. No pude evitar sentirme un poco como José en Belén, cuando no podía encontrar un cuarto para María, su esposa embarazada: debe haber sido horrible para él el no poder brindarle a su esposa un refugio, un techo decente. José no tenía reservaciones, y había un evento grande (el censo) en el pueblo. Tocó varias puertas, y en todas le dieron la misma respuesta. Probablemente se sintió inseguro, cansado y desesperanzado. Claro, mi esposa no estaba a punto de dar a luz al Hijo de Dios, pero yo estaba muy tenso, casi desesperado. Me sentí totalmente inútil, incapaz de proveerle a mi familia un lugar seguro donde dormir. Además, estaba sumamente enojado con la aerolínea por habernos mentido de una forma tan descarada. Cuando estábamos a punto de llegar al aeropuerto, el conductor dijo: “¡Vean, pareciera haber cuartos disponibles en ese Motel 6!” Se salió de la autopista, habló con el encargado de la recepción, y nos informó que había un único cuarto disponible, un cuarto para fumadores. Lo aceptamos, le dimos las gracias a nuestro ángel taxista, y caímos rendidos en nuestras camas. (Al verificar algunos de los detalles de esta historia con mi esposa y mi hija, esta última dijo: “Recuerdo claramente que el taxista tenía una espalda enorme: cuando se bajó a sacar nuestro equipaje, no podía creer lo anchos que eran sus hombros. Ah, y también recuerdo que el cuarto del hotel apestaba, era un cuarto para fumadores. Nos acostamos a dormir después de la medianoche, y nos teníamos que levantar a las 4:30 a.m. Mejor nos hubieran dejado durmiendo en el aeropuerto desde el principio.” Es increíble lo que puede recordar una niña de ocho años de edad, diez años después.) En todo caso, todo salió bien de ahí en adelante. ¡Hasta nos llegó una disculpa de la aerolínea por escrito! Esa noche, experimenté en carne propia lo que debe sentir un extraño, un extranjero sin hogar en una ciudad donde el peligro acecha a la vuelta de cada esquina. Recordé claramente cómo Dios nos manda hacer espacio en nuestros hogares para el forastero, y le di gracias a Él por habernos enviado a un taxista honesto y hábil. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve 19 sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron.” Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí.” Mateo 25:34-40 Esta historia y la meditación quedarían incompletas si no honrara a mi esposa Ana María. A principios de los años 90 vivíamos en Ann Arbor mientras yo estudiaba mi postgrado en la Universidad de Michigan. Todos los veranos había un evento de una semana que se llamaba La Feria Callejera de Artes de Ann Arbor. Llegaba tanta gente que se duplicaba la población de la ciudad. En 1992, Ana estaba recorriendo la Feria de Artes cuando se topó con un grupo de 10 músicos suramericanos de los Andes. Mientras los escuchaba tocar su música, sintió que Dios la movía a ayudarlos. Pocos minutos después, uno de los músicos se le acercó y le preguntó directamente si sabía de un lugar donde se pudieran hospedar, pues no lograban encontrar lugar alguno. Cuando llegué a casa (un apartamento de dos habitaciones) aquella noche, Ana me dijo que los había invitado a hospedarse con nosotros. —¡Pero, pero, pero... ni siquiera sabés quiénes son! ¡Y son demasiados, y son artistas vagabundos, y podrían ser peligrosos, y casi no tenemos plata, y realmente no tenemos campo! —. Yo le presenté mis argumentos totalmente razonables en un rápido crescendo, pero ella me desarmó con un movimiento hábil y rápido: —Yo creo que Dios nos está pidiendo que les abramos nuestro hogar: son forasteros que están lejos de su tierra. Y así lo hicimos: tomamos prestados varios colchones de nuestros vecinos y los acomodamos en nuestro pequeño sótano. Ana preparó una cena y desayuno para todo el grupo. Nosotros tres pasamos la noche encerrados en nuestra habitación. Ellos se marcharon a la 20 mañana siguiente, y no sucedió nada malo. Ana escuchó la voz de Dios, y decidió obedecer. Que Dios nos conceda a todos estar atentos a su Palabra. Fui forastero, y me dieron alojamiento . . . 21 Viaje 4 Taxistas Están en todas partes; son parte esencial de los viajes. De la India, Colombia o Afganistán, a veces uno tiene la impresión de que tienen que ser obligatoriamente provenientes de cualquier lugar excepto del país que uno está visitando. Los hay callados, amigables, y hasta invasivos. Estos últimos incomodan un poco, porque lo hacen a uno repasar mentalmente algunas reglas de seguridad personal que le han enseñado en la oficina, como por ejemplo “No dé información sobre quién es usted o por cuánto tiempo estará ausente de su casa”, y “Asegúrese de que el conductor de su taxi tenga claro que tanto usted como una tercera persona saben quién lo está transportando.” Ciertamente, los taxistas son muy diversos en los distintos lugares, pero en todas partes se encuentra uno con los “taxistas informales”. Estos no tienen licencia oficial para brindar sus servicios, no pertenecen a compañía alguna, y pueden variar desde los que son ligeramente deshonestos hasta los claramente peligrosos. En 1998 me correspondió viajar a Maracaibo, Venezuela, para dar una conferencia en un congreso médico previo a los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Mi llegada en avión al aeropuerto internacional de Maiquetía estaba programada para el final de la tarde, de manera que no podría hacer conexión ese mismo día hacia Maracaibo; decidí quedarme a dormir en un hotel cercano al aeropuerto. Mientras retiraba mi equipaje me topé con el Dr. Francisco Arroyo y su esposa, que llevaban el mismo rumbo, y decidimos tomar un taxi juntos hacia el hotel. Un taxista se nos acercó y nos ofreció sus servicios; nosotros, en nuestra distracción, no nos percatamos de que se trataba de un taxista informal hasta que acercó su automóvil. Francisco y yo nos miramos, pero ninguno de los dos fue lo suficientemente astuto como para reaccionar y rechazar el servicio. Unos minutos más tarde, cuando el conductor empezó a manejar por calles angostas y oscuras, nos lamentamos de la mala decisión. Estábamos tan tensos, que cuando el taxista nos preguntó si nuestra compañía nos pagaba el hotel, ambos le preguntamos el porqué de su interrogante y le exigimos que nos llevara de inmediato al hotel que habíamos escogido. El conductor alegó que estaba intentando 22 ahorrarnos dinero (hubiéramos preferido que nos cobrara una tarifa razonable por el transporte), pero nunca nos tragamos esa historia. Gracias a Dios, podemos hablar del tema y reírnos. En Argentina tienen los taxis regulares, pero también es posible pedir un remise (remís). Los “remiseros” tienden a ser personas bien educadas que han perdido sus trabajos, y tienen que ganarse la vida manejando. Generalmente tienen un buen auto, funcionan con licencia formal, y son el medio de transporte preferido de los hombres y mujeres de negocios en Buenos Aires. En el año 1999, mi esposa Ana María y yo estábamos de visita en Argentina dando una serie de conferencias para Roche Farmacéutica y el Gatorade Sports Science Institute®; nuestro chofer en Buenos Aires era un “remisero”, Manolo. Cuando lo conocimos, yo le conté que ya había estado en Argentina dos veces anteriormente y le mencioné que “afortunadamente, esta vez me acompañó mi esposa”. Él me malinterpretó (supongo que estaba acostumbrado a llevar pasajeros que preferían viajar libres, solitos), y empezó a explicarme el gran privilegio que tenía de estar con mi esposa. Ana le dijo que estaba totalmente de acuerdo con él, y le aseguró que estábamos encantados de estar juntos. Manolo se sorprendió por la manera amable, gentil y respetuosa en que lo tratamos. Nos transportó varias veces y, cuando nos despedimos, sentimos que estábamos dejando atrás a un amigo. Su historia era triste: su esposa tenía un tumor cerebral, estaban separados, y él había perdido su trabajo de tiempo completo con Roche debido a una reestructuración de la compañía, a raíz de lo cual se había visto obligado a trabajar como remisero. Nosotros hicimos lo posible por compartirle nuestra fe, animándolo y dándole esperanza. Un año después, en mi siguiente viaje a Argentina, Ana le envió un CD con música cristiana y una Biblia. Yo hablé con él por teléfono, y me aseguré de que recibiera el regalo. Pasado un breve tiempo, Manolo nos correspondió con dos regalos especiales, el tipo de cosas que uno sabe que tenían un significado especial para él. Nos alegramos porque pudimos ver que habíamos sido instrumentos útiles en las manos de Dios. Siete años más tarde, estoy en Londres. Un hombre joven, Barty Dearden, me sirve de taxista, llevándome de un lado para otro durante la filmación de un comercial de Gatorade. Barty me da una nueva oportunidad de explicar mi fe. Pero esa es otra historia. 23 Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto. 1 Pedro 3:15b-16a 24 Viaje 5 Crisis con la computadora ¿Se han fijado alguna vez en la forma en que los fabricantes de computadoras portátiles se aprovechan de nuestro temor de tener un accidente que nos hará perder toda nuestra información? Ellos saben lo que hacen. Si usted nunca ha tenido una experiencia de esas, espero que nunca la tenga. No es sino hasta que sucede lo peor que uno se da cuenta de que sus respaldos tenían demasiadas limitaciones. Yo tuve mi primera computadora portátil a finales de 1997, cuando comencé a trabajar como consultor del Gatorade Sports Science Institute®. Era gruesa, era blanca, era pesada... pero era portátil, y más rápida y potente que mi computadora de escritorio, que ya para entonces tenía 4 años. Esa laptop ya había viajado conmigo varios cientos de miles de kilómetros sin una sola caída ni reguero de agua en el teclado, y solamente dos problemitas eléctricos, cuando le tocó ser sustituida en mayo de 2000, a pesar de haber sobrevivido a la “pulga del milenio”. Mi nueva laptop estaba lista. Todos mis archivos habían sido transferidos, y la computadora vieja se había reciclado. En una de mis rápidas visitas a las oficinas principales de la compañía, le pedí a la persona encargada de soporte técnico que me instalara dos programas que me permitirían comunicarme directamente con la compañía, y le dejé la computadora. Un rato más tarde, mientras yo participaba de una reunión importante, la encargada abrió la puerta, entró y me susurró al oído: “Luis, usted mantiene buenos respaldos, ¿verdad? Qué bueno, me alegra.” Y se marchó. Lo digo en serio. Ahora bien, como consultor independiente, yo trabajaba por mi cuenta. Ciertamente hacía con regularidad respaldos de la mayoría de mis archivos, pero jamás me imaginé lo poco sistemático que era mi procedimiento. Desde luego, no me pude quedar en la reunión ni cinco minutos; me salí para averiguar por qué me habían hecho una pregunta tan extraña en un momento tan inoportuno. La respuesta era simple: la computadora se había “pegado” varias veces, y la encargada decidió reformatear el disco duro y volver a instalar el sistema operativo y todo el resto del software. No se detuvo a pensar en las consecuencias porque todas las 25 computadoras del edificio se respaldaban diariamente en forma automática... ¡hasta que cayó en cuenta de que yo no era más que un visitante! Se podrán imaginar la situación. Era muy factible que hubiera perdido todos mis archivos: tesis doctoral, datos de investigaciones, conferencias... años y años de trabajo. Y había algo que empeoraba las cosas: yo estaba de viaje. Pasarían cuatro días más antes de regresar a casa para revisar y ver qué había sobrevivido. Me quedé frío, anonadado, sin saber qué hacer. Busqué un teléfono para llamar a mi esposa Ana María, en busca de algún apoyo emocional. Definitivamente no estaba preparado para lo que me encontré. —Qué dicha que llamaste, esto es horrible —me dijo apenas contestó—. Tiene sífilis, ¡con razón no quería ir al doctor! —Un libro completo no podría explicar lo que esa frase significaba para nosotros, pero tendrán que bastar dos simples párrafos. Después del nacimiento de nuestra primera hija Ana Victoria, mi esposa Ana tuvo dos pérdidas. Luego vinieron algunos problemas de salud y una cirugía, y simplemente no pudimos tener más hijos por seis largos años. Comenzamos a orar acerca de la posibilidad de adoptar, y decidimos abocarnos a ello. A lo largo de dos años dimos todos los pasos necesarios, preparamos nuestro hogar y nuestros corazones, aprendimos acerca de nuestras limitaciones, y nos topamos con todas las deficiencias del sistema costarricense. Y por fin llegó el día: una mujer de 30 años que tenía tres meses de embarazo y no estaba en posibilidades de criar a su futuro bebé. Tuvimos algunas entrevistas, comenzamos a darle apoyo económico, y nos aseguramos de que tuviera acceso a una buena atención médica. Pero precisamente ahí estuvo el problema: ella no había asistido a las citas porque sabía demasiado bien desde el inicio que estaba infectada de sífilis. Nosotros, mientras tanto, sabíamos que no estábamos preparados para un bebé que podría ser ciego o tener alguna otra discapacidad severa. Nos sentimos culpables por ello, tuvimos fuertes luchas con los sentimientos egoístas, pero después de orar y conversar al respecto muchas veces, supimos que no teníamos la fuerza emocional para enfrentarnos con algo así. Yo colgué el teléfono, salí del edificio, y lloré desconsoladamente. ¡Ni siquiera podía abrazar a Ana, que estaba pasando por un dolor mucho más grande que el mío! ¡Qué momento tan espantoso para estar lejos de casa! ¿Qué debía hacer? ¿Adónde debía ir? El pastor Roberto Sabean, que ha sido un padrino espiritual para mí, dice que una de las riquezas de memorizar las 26 Escrituras es que uno las puede recitar en tiempos de dificultad, esté donde esté. Yo clamé a Dios lleno de dolor, una y otra vez: Solo en Dios encuentro paz, mi salvación viene de Él. Solo Dios me salva y me protege. No caeré, porque Él es mi refugio (ver Salmo 62:1-2, DHH). Todo mi ser se consume, pero Dios es mi herencia eterna, y el que sostiene mi corazón (ver Salmo 73:26, DHH). Él decidió dejarme experimentar aquel dolor por mucho tiempo. A mí me pareció que fue demasiado tiempo. La crisis con la computadora llegó a resolverse, después de mucho estrés e incertidumbre, y me hizo perder solamente dos semanas de trabajo. El asunto familiar nos tomó dos años más. Durante todo ese tiempo estuve orando con los Salmos 42-43 desde lo más profundo de mi corazón. El bebé, gracias a Dios, fue adoptado por una pareja de amigos nuestros, a quienes Dios había preparado para ese momento en particular. Un abismo llama a otro abismo en el rugir de tus cascadas; todas tus ondas y tus olas se han precipitado sobre mí. Salmo 42:7 27 Viaje 6 Celo por la evangelización A menudo me pregunto hasta qué punto se trata de un asunto de obediencia a la Palabra de Dios, y hasta qué punto tiene que ver con la personalidad de uno. El hecho es que a mí me cuesta mucho evangelizar al pasajero del asiento de al lado, es decir, predicarle el Evangelio a un completo extraño. Simplemente no es mi estilo. Pero siempre me queda la sensación de que debería estar haciendo algo al respecto. Precisamente por esa razón es que admiro a personas como mi hermano David Mijares. David vivió en Costa Rica por unos pocos años (¡demasiado pocos!), trabajando como misionero católico para un ministerio universitario cristiano. En cuestión de unas pocas semanas, todos los pasajeros frecuentes del autobús a la Universidad sabían que era “un cura o algo así”, siempre hablándole de Dios a quien se animara a sentársele al lado. David no perdía el tiempo. Nunca. Por aquellos tiempos, a finales de los años 80, David estaba esperando en el aeropuerto de El Salvador. Estaba tratando de aprovechar el tiempo de la mejor manera posible mientras esperaba su conexión en la sala de abordaje, y le metió conversación al hombre que tenía sentado a su lado, con la clara intención de compartirle las Buenas Nuevas. —Yo soy ingeniero de profesión, pero ahora trabajo como misionero, dedicándole el 100% de mi tiempo a predicarles el Evangelio a estudiantes universitarios. No hay nada mejor en la vida que conocer a Jesús y trabajar para él —le dijo David. —Pues puedo entenderlo perfectamente, porque yo también me dedico a eso —le contestó el hombre. —¿De veras? ¿Y qué hace usted? —preguntó David. —Pues soy el Obispo de San Salvador... —le respondió él. Este obispo debe haber estado encantado de conocer a un joven con tantísimo celo... Para mí, ese es exactamente David. En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir en su reino y que juzgará a los vivos y a los muertos, te doy este solemne encargo: predica la Palabra; 28 persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de enseñar. 2 Timoteo 4:1-2 29 Viaje 7 Mi mayor temor Todos tenemos temores. Algunos son más grandes, otros más pequeños. Algunos son más reales que otros. Cuando niño yo le tenía terror al hombre del armario, un hombre que por supuesto no estaba ahí. Años más tarde tenía miedo de olvidarme de algún examen de la Universidad, y de llegar a la clase sin haber estudiado (esto tampoco era muy realista que digamos). Hace apenas una semana, estando en Colorado, tuve una pesadilla en la que Satanás mismo me jalaba las sábanas hacia abajo por ambos lados de la cama, y yo no me podía mover ni podía hablar. Estoy seguro de que grité “¡¡¡UUUUUUY!!!” al mismo tiempo que me despertaba empapado en sudor frío. La ventaja es que mi esposa estaba a salvo en nuestra casa; de otro modo, le habría pegado un enorme susto. Pero mi peor pesadilla, mi temor más grande, ha sido siempre el ahogarme bajo el agua. Es curioso que haya decidido aprender a bucear con tanques y que me haya entrenado como guardavidas. Pero el temor es real: puedo sumergirme, nadar bajo el agua, aguantar la respiración, e inclusive practicar a dejar mis tanques de aire comprimido en la parte profunda para nadar cerca del fondo hasta el otro extremo de una piscina de 25 metros, dejando salir el aire lentamente de mis pulmones. Todo eso lo hago sin problema, pero en el instante en que hay un obstáculo entre la superficie y yo, entro en pánico. ¡No puedo soportar la posibilidad de no poder salir de nuevo a la superficie! Es diciembre del año 2000, y estoy en Cooranbong, Australia, donde la he pasado muy bien trabajando en equipo con Darren Morton, un fisiólogo del ejercicio de la Universidad de Avondale. Hemos trabajado con esmero en nuestro proyecto de investigación, pero también hemos compartido algunas aventuras al aire libre. Él y su hermano me trajeron a una caminata a la orilla del mar: los paisajes son impresionantes, y el camino no es apto para cardíacos. En un momento determinado llegamos a este acantilado, y tenemos que saltar a caer entre las olas que revientan unos 4 ó 5 metros más abajo. El hermano de Darren salta primero, para mostrarme cómo sincronizar bien el salto con las olas, y yo lo sigo inmediatamente, sin problemas. Nadamos unos doscientos metros, y llegamos a una pequeña ensenada donde nos mantenemos a 30 flote por unos minutos. Todo marcha bien, hasta que me dicen que la única manera de salir de ahí es nadando bajo el agua a través de un túnel de 5 metros de longitud, para llegar a una caverna. ¿Cómo hicieron para encontrar ese lugar? La verdad es que eso no importa; lo que importa en este momento es que de ninguna manera voy a entrar en el túnel. Darren entra, y lo sigue su hermano. Unos pocos minutos después Darren vuelve a salir y me encuentra flotando, psicológicamente paralizado, incapaz de sumergirme. Él trata de convencerme, pero se topa con mi incapacidad de superar el miedo. Pasan 30 largos minutos; ¡es muy probable que el peligro de las olas que revientan en las rocas a nuestro alrededor sea mayor que lo que pudiera pasar al sumergirme, pero yo simplemente no lo puedo hacer! Tengo una esposa y una hija. No me puedo morir. Por último, elevo una plegaria a Dios para que me dé el valor y la protección, tomo una bocanada de aire, y entro al túnel. Valió la pena, pues la caverna al otro lado es impresionante: alta, con un ocasional destello de luz que se filtra por el extremo opuesto y nos muestra la salida. Logré dominar mi temor más grande... aunque haya sido por un breve instante. A ustedes, mis amigos, les digo que no teman a los que matan el cuerpo pero después no pueden hacer más. Les voy a enseñar más bien a quién deben temer: teman al que, después de dar muerte, tiene poder para echarlos al infierno. Sí, les aseguro que a él deben temerle. ¿No se venden cinco gorriones por dos moneditas? Sin embargo, Dios no se olvida de ninguno de ellos. Así mismo sucede con ustedes: aun los cabellos de su cabeza están contados. No tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones. Lucas 12:4-7 31 Viaje 8 Sin control Mi primer viaje formal de negocios fue en setiembre de 1997. Volé con mi jefe a Argentina, un viaje excelente como inducción. Aprendí de él algunos detalles básicos que fueron muy útiles después: aprendí que existían cosas como salas de espera VIP en los aeropuertos y ascensos de clase en los vuelos (upgrades). Aprendí que a veces es mejor, aunque salga más caro, comer en el aeropuerto mientras uno espera el momento del abordaje. Después de varias experiencias interesantes en ese viaje, surgió una pregunta inocente: —Bob, ¿alguna vez te has quedado atascado en algún lugar, digamos Australia, cuando te cancelan el vuelo o algo así? ¿Qué hace uno en tal situación? Él sonrió mientras me miraba gesticular intensamente, como buen latinoamericano, preocupado ante la sola posibilidad de que me pudiera pasar algo así. Me respondió con calma, en ese estilo claramente a la Bob Murray: —Nada. Sí, sí me ha pasado, pero yo simplemente me acomodo a las circunstancias y no hago nada. ¿Qué podría hacer de todos modos? Yo sé que no tengo control en esas circunstancias —esas fueron quizás las palabras más sabias que escuché durante todo el viaje. Cinco años después iba de visita a Buenos Aires una vez más. Tenía que dar varias conferencias que aún no había terminado, pero estaba llegando 24 horas antes del evento, con tiempo de sobra para descansar y completar mis asignaciones. El descanso era importante después de volar toda la noche, ya que a pesar de que normalmente logro dormir bien en esos vuelos, el tiempo es demasiado corto (unas cinco horas); yo necesito mis siete horas diarias como mínimo. Como de costumbre, estaba profundamente dormido cuando la tripulación empezó con la rutina de desayuno y limpieza, una hora antes del aterrizaje. Conforme descendíamos puntualmente hacia el aeropuerto de Buenos Aires, a eso de las ocho de la mañana, se escuchó la lúgubre voz del capitán, que anunciaba que no podríamos aterrizar debido a que había fuertes vientos cruzados en la pista de aterrizaje o algo así (eso fue todo lo que pude entender, ya que, como es costumbre, el sistema de altavoces tenía el volumen demasiado alto y el sonido era de 32 pésima calidad; además, el capitán seguramente se había graduado con honores del curso de Murmullos y Comunicación Avanzada en Clave, esa clase que toman todos los pilotos cuando los médicos están tomando Escritura de Recetas en Jeroglíficos). Volamos en círculos durante casi una hora, antes de desviarnos hacia Paraguay. Por supuesto, al llegar a Paraguay no nos permitieron desembarcar. Tuvimos que quedarnos en el avión como dos horas, mientras nos reabastecían de combustible y el capitán se mantenía en contacto con Buenos Aires. Sobra decir que la mayor parte de ese tiempo no podíamos utilizar los baños y se nos pidió que permaneciéramos en nuestros asientos. La batería de mi computadora portátil estaba totalmente agotada, mientras que mis baterías personales se iban descargando con rapidez. Ya había empezado a ponerme tenso desde que nos alejábamos de Buenos Aires: ¿Cuánto rato va a tomar esto? ¿Nos estarán diciendo la verdad? ¿Cómo voy a hacer para terminar de preparar mis presentaciones? La primera pregunta era la más importante y, naturalmente, era la más difícil de responder. Un caso de descontrol total. Finalmente despegamos, con la idea de hacer otro intento de aterrizar en Buenos Aires. Cuando eso falló, el avión fue desviado hacia Montevideo, Uruguay, que está a muy pocos kilómetros de distancia. Aterrizamos, y ahí sí se nos permitió bajarnos del aeroplano. Como una cortesía para compensarnos por todas las dificultades que estábamos pasando, se nos permitió a los doscientos y pico de pasajeros entrar a la sala VIP mientras se decidía cómo íbamos a proceder; la sala estaba tan llena de gente que resultaba muchísimo más cómodo esperar en el área general de la sala de abordaje, pero todos estábamos demasiado cansados como para darnos cuenta. Conecté mi computadora al tomacorriente e intenté trabajar en mis presentaciones, aunque me interrumpían constantemente con rumores del tipo “van a contratar un bote para que nos lleve cruzando el río hasta Buenos Aires”, o “los vientos son tan fuertes que prohibieron el tránsito de barcos por el Río de la Plata”, o “parece que nuestro avión fue el único que no pudo aterrizar hoy en Ezeiza”. Aguanté alrededor de SEIS horas sin información alguna de la aerolínea, alternando entre tratar de trabajar en mi computadora, hacer fila para usar el baño, y subirme por las paredes del aeropuerto de Montevideo. Finalmente nos llamaron a regresar a la sala de abordaje: embarcamos, despegamos, aterrizamos, y se acabó la pesadilla. Mis colegas me recogieron en el aeropuerto y me llevaron al 33 hotel, tal y como debió haber sido desde el principio, solo que 12 horas tarde y después de gastar por lo menos 10.000 kilocalorías de energía emocional. Me pregunto por qué las revistas de las aerolíneas no tienen una sección para que los viajeros cuenten historias parecidas... A pesar de experiencias como esta, trato de recordar constantemente que el no tener control en todo momento podría hasta ser espiritualmente saludable, ya que le da más espacio a Dios para intervenir, para mostrarnos su amor, para derramar su gracia sobre nosotros. ¡Qué lástima que la falta de control aún represente un reto tan grande para mí! El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor. Proverbios 16:9 34 Viaje 9 ¿Culpable? A finales de agosto de 2002 estoy en Lima, Perú, después de un vuelo directo desde Costa Rica que me tomó menos de tres horas. Se supone que debo apoyar a un grupo que va a evaluar a un triatleta local, para lo cual me traje un aparato que sirve para medir el estrés por calor ambiental. El empleado de aduanas que está registrando mi equipaje quiere saber qué es ese aparato y cuánto me costó. Le explico que soy científico y que el aparato no es más que un termómetro ambiental sofisticado, con la capacidad de medir también la humedad relativa y el calor por radiación. Le digo que el equipo es usado, que seguramente me costó como 500.000 colones hace unos años. Por supuesto, él quiere saber cuánto es eso en moneda local, y como yo no conozco el tipo de cambio a la moneda local, el hombre pierde la paciencia y me manda a una ventanilla donde tendré que llenar algunos formularios y pagar los impuestos correspondientes. Me llevo mi equipaje a regañadientes hacia la ventanilla, y le pido ayuda a una señora que trabaja distraídamente en su computador. “El encargado no está, vuelve en cinco minutos”, me dice sin levantar la vista. Conforme cinco se convierten en diez y luego en quince, me comienzo a impacientar. Pero como sé muy bien que la impaciencia es una mala compañera en esas circunstancias, opto por entretenerme observando a los pasajeros que van pasando por aduanas: una mujer con una bolsa tan pero tan pesada que con costos la puede arrastrar. Un hombre con dos hermosos perros pastor alemán. Una familia visiblemente agotada. Después de unos instantes, me doy cuenta de un detalle interesante: ¡nadie me está observando a mí! ¿Qué me impide irme? —pensé—. A ver, a ver... Tengo mi pasaporte y documentos de migración y aduanas. Bien. Tengo el monitor WBGT de estrés térmico. La valija, la computadora personal... ¡tengo todo! Okey, respiremos profundo: si comenzara a caminar directamente hacia la salida, ¿quién podría detenerme? Ya pasé las estaciones de aduanas, y ya pasé migración. Si alguien me detuviera y me interpelara, perfectamente le podría decir que estoy buscando al encargado. Excelente, ya tengo un plan. Después de todo, ya llevo media hora y no ha aparecido nadie para atenderme. ¡Me voy! 35 Con el corazón acelerado, pero seguro de aparentar total tranquilidad, me dirijo hacia la salida. Cruzo las puertas, encuentro a un hombre que sostiene un cartel con mi nombre, nos subimos al auto, y desaparezco del mapa. ¡Qué fácil! ¡Qué astuto que soy! Y pensar que a estas alturas estaría todavía esperando a que me atendieran, para pagar unos impuestos que ni siquiera me correspondía pagar... Las pruebas salen bien, logramos tener suficiente exposición en los medios de comunicación, y la misión es un éxito completo. Dos días después regreso al aeropuerto para tomar un vuelo directo de vuelta a casa. Me reporto en el mostrador, me dan el pase de abordaje, paso la revisión de seguridad, y le entrego mi pasaporte a la oficial de migración. Ella lo sella, me lo devuelve y conforme doy media vuelta para dirigirme a la sala de abordaje, la escucho decirme: —¡Señor, disculpe usted! ¿Podría regresar un momento, por favor?... ¿Me permite su pasaporte otra vez? —En menos de un minuto, aparece un policía que toma mi pasaporte y me pide que lo acompañe. Caminamos juntos en silencio hasta un cuartito pequeño, donde me pide que espere y me encierra bajo llave. Hasta ese momento no se me ha ocurrido pensar en el incidente que viví en la aduana al llegar, pero de repente todo pasa vertiginosamente frente a mis ojos. De súbito me siento como si estuviera parado desnudo frente a mi jefe. ¿Cómo se dieron cuenta? ¿Será que me grabaron con una cámara de video? Y ahora, ¿qué digo? ¡Mi fabuloso plan jamás contempló esto! Y para peor de males, voy a perder mi vuelo... ¡Qué gran diferencia cuando uno tiene la conciencia limpia! Ese no era mi caso. Cuando el policía regresó media hora después, yo era un manojo de nervios. Pero él no lo notó, simplemente se disculpó porque tenían a alguien con un nombre parecido en su lista negra, y dijo que todo había sido una confusión. Me animó a apresurarme para que no perdiera mi avión y yo, ni lerdo ni perezoso, salí disparado hacia la sala de abordaje. Cuatro horas después aterrizaba en Costa Rica. Esta vez no tuve que pagar por el crimen cometido porque no me atraparon; cuando esté frente al Señor, no tendré que pagar por mis crímenes porque Cristo ya derramó su sangre y dio su vida por mí. En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, 36 intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte, con tal de que se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la esperanza que ofrece el evangelio. Éste es el evangelio que ustedes oyeron y que ha sido proclamado en toda la creación debajo del cielo, y del que yo, Pablo, he llegado a ser servidor. Colosenses 1:21-23 37 Viaje 10 ¿Dónde está mi maleta? ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué la gente persigue sus maletas cuando salen de las entrañas del sistema de manejo de equipajes, en lugar de esperar a que den la vuelta en la banda? Es como si por alguna misteriosa razón nunca las fueran a ver de nuevo. Es cierto que en Costa Rica sí existe una excelente razón: los viajeros experimentados sabemos que en el aeropuerto Juan Santamaría hay dos hombres contratados para retirar todo el equipaje de la banda lo antes posible, apuñándolo en un rincón donde es bien difícil de encontrar. Este procedimiento tiene que ser una costumbre que quedó de los tiempos antiguos, cuando las bandas eran lineales y sumamente pequeñas y no podían manejar todo el equipaje. El resultado actual es que la mitad de los turistas esperan con paciencia hasta que ya no salen más maletas, y entonces algún alma caritativa les indica que tienen que ir al rincón donde pueden hurgar entre todas las maletas que están “acomodadas” en el piso. Uno pensaría que, después de varios años de que sucede lo mismo día tras día, alguien se habría dado cuenta del sinsentido y les habría asignado una tarea más productiva a esos dos hombres. Pero eso parte del supuesto de que existe ALGUIEN que está de hecho administrando el sistema. En todo caso, en casi todos los lugares donde he viajado sucede lo mismo: la ancianita más cortés y delicada se abre paso a codazo limpio para retirar su maleta inmediatamente. Quizás está tratando de rescatarla lo antes posible de la Máquina Rompe-maniguetas, Come-fajas, y Muele-hebillas. En mi caso particular, ¡lo que quiero es asegurarme de que nadie más se la lleve! El hecho es que todos experimentamos algún grado de ansiedad mientras esperamos a que salgan nuestras valijas. Esto es especialmente cierto cuando uno llega al aeropuerto O’Hare de Chicago a la 1 a.m., en una fría noche de invierno, y el abrigo está en la maleta. O cuando uno tuvo que meter algo importante en el equipaje documentado: un regalo importante, un traje hecho a la medida, algún aparato científico especializado. En esos casos, la atención se centra en una sola cosa: aquella valija conocida que tiene el nombre de uno colgando de la agarradera. Yo le echo la culpa de mi ansiedad a la forma en que las aerolíneas normalmente manejan el equipaje. Cuando todo funciona bien, perfecto. Pero el sistema no pareciera contemplar la 38 posibilidad de que ocurran errores, y los errores abundan. Ahí es cuando uno sufre. Hace unos años, en un viaje a Brasil, mi maleta no llegó en el mismo avión que yo. Al darle seguimiento con la aerolínea dos días después, me informaron que ellos sí tenían mi equipaje desde el día anterior, pero que no me lo habían enviado porque yo no estaba en mi habitación del hotel cuando me llamaron por teléfono. Me pregunto cuánta gente viaja a otro país para quedarse metidos en el cuarto del hotel... Uno esperaría que si está viajando en clase ejecutiva o en primera clase, aunque sea porque le dieron un ascenso de categoría y no porque haya pagado la tarifa completa, el equipaje estaría sujeto a un tratamiento preferencial. Pues no. Bajo igualdad de condiciones tales como horarios y tarifas, yo escogería volar con la aerolínea que manejara mejor el equipaje. Si usted que está leyendo trabaja en el negocio de las aerolíneas, aproveche este consejo gratuito. Ahora bien, lo que me asombra es lo fuertemente que nos podemos aferrar a tan poco, cuando estamos hablando de solo 50 libras de cosas. Como contraste, en Mateo 10:9-10 Jesús envía a sus discípulos a una misión, y les dice que no lleven dos mudas de ropa, ni sandalias, ni bastón, ni bolsa para el camino. Ellos sí que se evitaron muchos contratiempos. Claro, sus vidas eran un poquito más sencillas que la nuestra... ¿Y por qué se preocupan por la ropa? Observen cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe? Mateo 6:28-30 39 Viaje 11 Confianza Durante mi primer viaje a la Universidad de Loughborough, en el Reino Unido, durante la semana de Pascua del 2003, casi me meto en problemas por no portar suficiente dinero en efectivo. Me habían recomendado que contratara un servicio de limusina desde el aeropuerto de Heathrow hasta la universidad, lo cual tomaría unas dos horas y media. De camino, descubrí que el conductor no podía procesar el pago por medio de tarjeta de crédito; me puse un poco nervioso, pero él me aseguró que podríamos cambiar algunos cheques de viajero en el hotel. A fin de cuentas, no se pudo. “No se preocupe”, me dijo; “¿cuándo se marcha usted? ¿Necesitará transporte del hotel al aeropuerto de Birmingham? Yo con gusto lo llevaría, y así me puede pagar en ese momento.” ¡¿Cómo?! ¿Un taxista confiado, así no más? Me sentí sumamente agradecido de que confiara en mí de esa forma, algo en verdad extraordinario hoy en día. Le debía el equivalente de unos US$190. Cuando me recogió tres días después, me llevó al aeropuerto y me mostró dónde podía ir a cambiar mis cheques por libras esterlinas. Yo para nada me hubiera sentido ofendido si en ese momento se hubiera guardado mi equipaje mientras yo regresaba, pues ya la factura sumaba US$250. Pero para mi sorpresa, el conductor bajó todas mis cosas y me dijo que me estaría esperando. Yo ni siquiera consideré la posibilidad de no regresar. Bueno, al menos no en mi corazón, porque mi carne sí se rebeló: —¿Y qué te impide irte directamente a la sala de abordaje? —¡Yo sería incapaz de hacer algo así! —contesté. —Exactamente: ¡tu vida es tan, pero tan aburrida! ¡Hacé algo emocionante, por variar! —Pero si ni siquiera tiene sentido, no me estoy ahorrando ni un cinco; la compañía paga el gasto de todos modos. —Pero él se lo merece, demostrále que sos más inteligente que él. Quizás usted alguna vez se haya puesto a discutir así con el Diablo. No es buena idea. NUNCA. 40 Yo jamás descubriré por qué este taxista británico optó por confiar en mí, un absoluto extraño de América Latina. ¿Será acaso posible que este hombre fuera cristiano, un hombre que escuchaba atentamente a Dios y que recibió instrucciones de ayudarme? Él decidió obedecer; por la gracia de Dios, también yo terminé por hacer lo correcto. Seguro que algún día nos encontraremos en el Cielo y gozaremos recordando esta historia. Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos. 1 Pedro 5:8-9 41 Viaje 12 Cuando nos rehusamos a usar la cabeza Cuando nos rehusamos a funcionar como seres racionales, muchas cosas pueden salir mal. Hace unos años experimenté en carne propia los peligros que pueden representar los viajes frecuentes para la vida espiritual. No quiero poner excusas echándoles las culpas a las circunstancias, pero debo haber experimentado lo que el Dr. James Dobson llama “un baño de testosterona”. Soy una persona bastante racional, y aunque lo que sucedió no tenía sentido, fue sumamente difícil de manejar. Fue el tipo de situación que fácilmente le sucede al viajero frecuente. El patrón es más o menos así: primero ocurre algún tipo de contrariedad, como la cancelación o el retraso de un vuelo, o el irrespeto a la reservación del hotel, o el haber experimentado recientemente algunas frustraciones con el cónyuge. Sea lo que sea, uno anda con una fuerte sensación de que no lo están tratando tan bien como se merece. Luego, de la nada, surge alguien que se muestra bondadoso, quizás no yendo más allá de mostrar la más elemental cortesía. Y entonces, en lugar de darle gracias a Dios internamente por aquel gesto, nuestra imaginación vuela… y a veces nuestros actos también. Eso me sucedió una vez en México D. F. Después de dar en un congreso mi presentación sobre hidratación y rendimiento deportivo, una maratonista alta y esbelta y sus dos amigas se me acercaron y me dijeron: “Doctor, su presentación fue tan clara e interesante, ¡usted es nuestro héroe!” Algo tan sencillo, y sin embargo sus palabras se grabaron en mi mente y su imagen me distrajo por el resto del viaje. Pasemos entonces al tema de Fulanita. Conocí a Fulanita durante un viaje agotador a Brasil en abril y mayo del 2001. Ella fue una de muchas estudiantes de nutrición que participaron en una de mis presentaciones, y una de varias que se me acercaron al final para conversar sobre temas diversos. No sucedió nada en particular, aparte de lo naturalmente satisfactorio de tener una conversación académica con una persona joven y entusiasta... Okey, lo admito, me fijé en que era muy bonita. Pero eso fue todo. 42 En noviembre del mismo año me invitaron a regresar a São Paulo para un congreso de nutrición, un evento impresionante con unos 700 participantes entre los cuales, a lo sumo, habría una docena de varones. Durante un receso subí al podio para preparar mi presentación y, conforme conectaba la computadora, me llamó la atención una cara en la primera fila. Era ella. Bajé del podio para saludarla, intercambiamos unas pocas palabras, y volví a subir para dar mi conferencia. Hicimos contacto visual demasiadas veces. Al terminar, ella se me acercó para felicitarme, y pasamos por lo menos una hora visitando carteles de investigaciones y conversando. El hecho de que ella hablaba poco inglés o español, y yo aún menos portugués, no pareció importar. Mis emociones estaban totalmente descontroladas, cautivado por su hermosa sonrisa y su atención. Afortunadamente, después de un rato ella tuvo que quedarse al lado de su cartel y conversar con otras personas, mientras que a mí me distrajeron otras personas y responsabilidades. Mi avión partió esa misma noche, pero yo dejé mi corazón en São Paulo. ¿Cómo que dejé mi corazón en São Paulo? ¿Qué rayos estaba pensando? Bueno, no estaba pensando. Ahí está precisamente el misterio del corazón masculino. Otros intentan adelantar a un camión en medio de la neblina en una carretera angosta en las montañas manejando un Fiat Uno. El resultado podría ser el mismo. De regreso en mi casa, me puse a reflexionar sobre todo el asunto: yo era un hombre cristiano, casado. Tenía por lo menos el doble de su edad. Jamás dejaría mi familia por una aventura en Brasil. Ni siquiera sabía si Fulanita se sentía atraída hacia mí; quizás estaba mostrándole un poco de hospitalidad brasileña básica a un profesor visitante y nada más. Entendí que era absolutamente indispensable no averiguarlo, porque sabía que mi corazón estaba sumamente vulnerable. Destruí su tarjeta de presentación, y borré un par de mensajes viejos de correo electrónico en los que habíamos intercambiado ideas sobre algún tema científico. Ahora sí, no tenía forma de comunicarme de nuevo con ella. Compartí mi experiencia con mis hermanos más cercanos de la iglesia, y me comprometí con ellos a mantener esta tentación a la luz. ¿Y por qué tanto alboroto? En primer lugar, porque Jesús mismo nos dijo: “Ustedes han oído que se dijo: ‘No cometas adulterio.’ Pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón” (Mateo 5:27-28). Pero por si eso fuera 43 poco, yo sabía que esto podía traer más problemas en el futuro. Como escribió C. S. Lewis: “Tanto el bien como el mal crecen a tasas de interés compuesto. Es por eso que las pequeñas decisiones que usted y yo tomamos todos los días tienen tal importancia infinita. La más pequeña buena acción de hoy es la conquista de un punto estratégico desde el cual, unos pocos meses después, uno podría avanzar hacia victorias que jamás había soñado. Una indulgencia aparentemente trivial hoy en la lujuria o el enojo es la pérdida de una colina o una línea de ferrocarril o un puesto de avanzada, desde el cual el enemigo podría lanzar un ataque que de otro modo sería imposible.”1 Saltamos ahora hasta agosto del 2003. Estoy de regreso en São Paulo y sinceramente ni siquiera recuerdo a Fulanita. No he sabido nada de ella desde que la vi hace casi dos años. Vine a Brasil como co-organizador de un congreso de Nutrición Deportiva, participando además como conferencista y moderador de dos mesas redondas. Vengo bien preparado, y ayudé a escoger a todos los conferencistas del programa. Pero en un cambio de último minuto, mis colegas brasileños decidieron reemplazar a una nutricionista de mi mesa redonda: la sustituta es Fulanita. El Enemigo no pierde ni un segundo para lanzar su ataque desde la colina que yo le había permitido conquistar tiempo atrás. Lo único que recuerdo es una tormenta de emociones que me volcaron patas arriba. Como un adolescente, quería sentarme a su lado en el auditorio y durante la cena, y no le podía quitar los ojos de encima. Aquellos fueron dos días muuuy largos, en los que luchaba por no hacer algo tonto como hablarle sobre cómo me estaba sintiendo o cualquier otra cosa de naturaleza personal. Ya era suficientemente grave el estar pensando tonto. El vuelo nocturno de regreso a casa también se me hizo muy largo, pues no lograba dormirme. Cada vez que sonaba una canción de amor en mis audífonos, hacía vibrar las cuerdas equivocadas de mi corazón y le daba alas a mi imaginación. Regresaba victorioso, pero herido. ¡De prisa! ¡Volvé rápido a tu casa! ¡Volvé donde Ana, y guardá tus ojos y tu corazón en un lugar seguro! ¡Conquistá esa colina, para no volver a rendirla nunca jamás! Y la próxima vez, ¡por favor!, no te rehusés a usar la cabeza. Bebe el agua de tu propio pozo, el agua que fluye de tu propio manantial. 44 ¿Habrán de derramarse tus fuentes por las calles y tus corrientes de aguas por las plazas públicas? Son tuyas, solamente tuyas, y no para que las compartas con extraños. ¡Bendita sea tu fuente! ¡Goza con la esposa de tu juventud! Es una gacela amorosa, es una cervatilla encantadora. ¡Que sus pechos te satisfagan siempre! ¡Que su amor te cautive todo el tiempo! Proverbios 5:15-19 Nota 1. C.S. Lewis, Mere Christianity (Nueva York: HarperCollins Publishers, 2001), p. 132. Traducción libre. 45 Viaje 13 ¡Quietos! Desesperante. Ese tiempo muerto antes y después del despegue y del aterrizaje es en verdad desesperante. Son solo cinco o diez minutos (aunque me han tocado experiencias de una hora o más), que lo ponen a uno incomodísimo porque no se puede ver la televisión ni usar el teléfono celular ni la computadora ni nada. El piloto y sus asistentes de vuelo se aseguran de que ese tiempo muerto no se logre aprovechar durmiendo y ni siquiera leyendo, con información crucial del tipo “Esta tarde estaremos volando a 32.000 pies...” y “Les damos la más cordial bienvenida a todos los miembros de nuestro programa de Millas Milagrosas.” Si uno tiene suficiente suerte, le tocarán todos los avisos en dos o tres idiomas. Por supuesto, en esos momentos, las ganas de ir al baño se hacen incontenibles. Uno se percata de que olvidó sacar algo de la maleta de mano que está en el compartimiento superior. La necesidad de reclinar el respaldo del asiento es imperiosa, aún si uno se olvida del tema por el resto del vuelo. ¿Por qué nos cuesta tanto este tiempo muerto? Pienso en dos cosas. En primer lugar, que sencillamente no estamos acostumbrados a estar quietos, tranquilos. Tenemos que enfrentarnos con nuestro propio yo, algo que es saludable hacer de vez en cuando; Dios mismo nos ha dicho: “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios” (Salmo 46:10a). Y en segundo lugar, mientras logramos aumentar nuestra capacidad de estar quietos y tranquilos, ¿por qué no aprovechar ese tiempo hablando con Dios? Definitivamente no soy el tipo de persona que puede aislarse en un ambiente así y concentrarse a escuchar atentamente a Dios. Pero sí puedo recitar versículos bíblicos de memoria. Y puedo interceder, recordando necesidades especiales y poniéndolas delante del Señor. Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría. Salmo 90:12 46 Viaje 14 Un deportista frustrado Yo no tengo dones naturales para ser un atleta sobresaliente, pero soy disciplinado y disfruto del ejercicio. Me encanta entrenar regularmente con una meta clara. Lo interesante es que siempre que me he sentido en óptimas condiciones, ha sucedido algo que me vuelve a poner los pies en la tierra (o que me tumba completamente). Cada vez que he sentido que estoy alcanzando el nivel de aptitud física que quiero, me pega un resfrío que me revuelca por diez días y me deja débil y fofo, o me desgarro un músculo, o me lesiono estúpidamente. Me sucedía en mis días de juventud, y me sigue sucediendo hoy día. Y yo pierdo la condición física con tanta rapidez . . . Esto produce especial frustración cuando sucede inmediatamente antes de un evento o competencia que ha sido la motivación para entrenar. Mi amigo Otto me invitó a que junto con otros amigos hiciéramos el Tour del Arenal, una gira en bicicleta de dos días alrededor del Lago Arenal. Yo había dejado de salir con frecuencia en mi bicicleta de montaña mientras me recuperaba de una lesión en la espalda, pero a pesar de muchas limitaciones de tiempo, comencé a pedalear con regularidad dos meses antes del tour: tres veces por semana en una bicicleta estacionaria en mi casa (la parte de disciplina), y al aire libre los domingos (lo divertido). Para finales de enero me sentía excelente, listo no sólo para hacer el tour sino para pedalear hasta la cumbre misma del Volcán Arenal. Y entonces, cuatro días antes del viaje, caí enfermo una vez más, en esta ocasión con la variante 9517137.r de la gripe. Igualmente en mi vida espiritual: cada vez que pienso que tengo todo bajo control, cada vez que siento que estoy libre de pecado, me tropiezo y caigo de cara en el barro. Puedo escuchar el eco de las palabras de Pablo: “Por lo tanto, si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer” (1 Corintios 10:12). Y esto ¿qué tiene que ver con los viajes de negocios? En realidad no mucho... a menos que uno reconozca que podría caer de cara en el barro durante un viaje, cuando pensaba que estaba muy firme. Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. 47 Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud. Gálatas 5:1 48 Viaje 15 ¿Quién soy yo? A veces me identifico con el personaje que representó Jackie Chan en la película de acción Who am I? (Ngo hai sui, “¿Quién soy?”, 1998), pues experimento mi propia versión de una crisis de identidad. Después de pasar por los puestos de migración de los Estados Unidos de América por lo menos 100 veces, y después de que me han fotografiado y tomado las huellas dactilares no menos de 60, uno se comienza a cuestionar si en verdad uno es quien siempre ha pensado ser. Mi pasaporte dice claramente: “Número de Pasaporte/Passport No. 1-2345-6789”. Pero cuando intento usar ese número en mi formulario de migración I-94... “No, señor, ese no es su número de pasaporte; usted debe escribir L987654” (el “Número de Secuencia”). Finalmente, después de que me obligaron a regresar al final de la fila un par de veces, opté por renunciar al número con el que nací, el número que sirve para todas las transacciones y procedimientos oficiales tanto en Costa Rica como en la mayoría de los otros países del mundo, para así complacer a los oficiales de migración de los Estados Unidos. La verdad es que de todos modos ya tengo por lo menos una docena de identidades para uso computacional, cada una de ellas ajustada para cumplir con los requisitos particulares de mi patrono, mi servicio de Internet, mi banco, mi club de música, mis suscripciones a revistas científicas en línea, etc. Me di cuenta hace unos meses, gracias a una búsqueda que hice de mí mismo en Google, de que existe más de un Luis Fernando Aragón en el mundo (¡ópale, ese es MI nombre! ¿acaso mis papás no registraron derechos de autor para él?). El 27 de mayo de 2009, un oficial de migración en Dallas me dijo que “aparentemente, hay muchas personas con un nombre tan común como el suyo que son buscadas por la policía internacional, de manera que tendrá que acompañar al agente de seguridad a un cuarto aquí cerca para ser interrogado”. Era obvio que solo ellos tenían derecho a hacer preguntas, porque nadie quiso contestar a la única que hice yo: “Si mi nombre es tan común, ¿por qué esto nunca me había sucedido antes, si yo cruzo la frontera con Estados Unidos por lo menos 12 veces al año?” Ante su obstinado silencio, decidí que era mejor no insistir, lo cual limitó mi tiempo de arresto a solamente 30 minutos. 49 En todos los países que he visitado en Europa y en el continente americano, me toca usar las filas largas y lentas de los no residentes o extranjeros (en los Estados Unidos me llaman “alien” —extraterrestre, como E.T.—). Lo triste es que en mi propio país me toca usar las filas más largas de los ciudadanos costarricenses, pues según las prioridades de mi gobierno, los turistas son más importantes. Y las confusiones abundan. Debido a errores varios, mi nombre es distinto en las distintas cadenas de hoteles; esto se complica además por el hecho de que en español se acostumbra que tengamos dos apellidos, y el primero de ellos, no el segundo, es el último (last name), algo que en los Estados Unidos no han logrado digerir (estoy seguro de que usted sí entendió). La fecha de expiración en mi pasaporte dice 09/10/05, según el formato “aa/mm/dd “(mostrando primero el año con dos dígitos, luego el mes, y luego el día), aunque pareciera que ningún otro país del mundo usa esa lógica; esto me ha causado una buena cantidad de problemas tratando de explicar que mi pasaporte tiene validez. Dichosamente, mi fecha de nacimiento está escrita en el pasaporte en ese mismo orden, y por supuesto no hay 58 días en ningún mes ni 58 meses en el año. Todos estos detalles aparentemente triviales van carcomiendo poco a poco mi identidad como hijo de Dios. Soy simplemente una persona más, un pasajero más, un huésped más, otro viajero cansado, otro Don Nadie. Sí, me vuelvo anónimo, y el anonimato tiene dos problemas. Por un lado, no me tratan como pienso que merezco, ni me tratan con el respeto y amor que me tratan mi familia, mis vecinos o mis compañeros cercanos de trabajo. Por otro lado, me siento tentado a hacer cosas que jamás haría en lugares donde sé que me conocen. Sé que algunas tentaciones que son fácilmente derrotadas en público, rodeado de mis amigos o mi familia, se vuelven más fuertes en lo privado, en la oscuridad, en un país distante, en la ausencia del “qué dirán” (por ejemplo, es bien sabido que esta es una de las características que hacen que la pornografía sea un reto tan difícil para el varón moderno). Es claro que no es nada bueno que uno pierda la identidad durante los viajes. Me doy cuenta de que es importante recordarme una y otra vez: ¿Quién soy yo? Soy el esposo de Ana María, soy el papá de Esteban y Ana Victoria. Soy un cristiano que ama a Dios y quiere ser obediente, independientemente del contexto. ¡Soy un hombre redimido, un hijo de Dios, por el poder de la sangre de Cristo! San Juan Apóstol lo afirmó con claridad: 50 Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios. Juan 1:12-13 ¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce, precisamente porque no lo conoció a él. Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. 1 Juan 3:1-2 Por lo tanto, sea que estemos en casa o en un cuarto de hotel, con amigos o en medio de una multitud en la ciudad, reconocidos o rechazados, honrados o despreciados, atendidos o ignorados, ascendidos o degradados, tranquilos o tentados, fuertes o agotados, firmes o zarandeados, recordemos siempre que por encima de todo somos hijos e hijas de Dios, con una dignidad y una esperanza que no nos pueden ser arrebatadas por el fracaso, ni la fama, ni la belleza, ni el dolor, ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo más alto, ni lo más profundo. Nada puede separarnos del amor de Dios (ver Romanos 8:35-39). 51 Viaje 16 Enfermo en el extranjero Este viaje sí está difícil. Ya es suficientemente molesto el enfermarse en la casa: uno pasa cansado, de mal humor, funcionando al 50% de su capacidad; y no me refiero a una enfermedad grave, sino a caer en cama con el resfrío común. Pero cuando uno coge una gripe estando de viaje... finalmente entiende por qué los bebés lloran a gritos cuando el avión está aterrizando (qué lástima que mi descongestionante no hizo efecto un poquito antes). Se hacen visitas repetidas a la farmacia, buscando esa poción mágica tan esquiva que nos hará sentir mejor. Cuando estoy engripado durante un viaje, de repente toda la vida se concentra en tan pocas metas básicas que se pueden contar con los dedos de una mano: respirar, conservar la voz hasta el final de mi presentación, aguantarme la tos y los estornudos mientras otros hacen sus presentaciones, mantenerme despierto durante el día, y dormir suficientes horas seguidas por la noche. Uno reorganiza su agenda, procura que haya suficiente humedad en el aire de la habitación del hotel, y se asegura de portar suficientes Kleenex. En cierto modo, nos cae bien concentrarnos en unas pocas cosas. ¡Si tan solo pudiéramos poner el mismo tipo de atención en lo que el Señor nos ha pedido, todo lo demás se alinearía sin tanta dificultad! Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Mateo 6:33 52 Viaje 17 Sobre la tentación y el entrenamiento deportivo Uno sabe demasiado bien cuándo está más susceptible a las tentaciones. Al menos yo sí lo sé. Algunos viajes los comienzo lleno de energía, con optimismo, inspirado y en paz; ayuda mucho cuando me toca un vuelo directo de 3 horas o menos, en un viaje que no me apartará de mi casa por más de 3 ó 4 días. Pero otros viajes me toca empezarlos bajo una nube oscura. Tiempo atrás, en noviembre de 2003, tenía programado un viaje a Kusadasi, en Turquía, para un congreso europeo de directores técnicos de fútbol. Me había comprometido a dar una presentación sobre la hidratación durante el entrenamiento y la competición en fútbol. En esta ocasión, partía bajo una nube: estaba agotado de todos los viajes del año (14 viajes internacionales), y sabía que tardaría unas 28 horas para llegar a mi destino, sin contar las 40 (sí, casi cuarenta, debido a las conexiones) de regreso a casa. Sabía que iba a ser un viaje difícil. Después de un vuelo de 3 horas a Miami, otro de 9 horas a Londres y otro más de 4 horas a Estambul, con sus correspondientes tiempos de espera, me tocaba aguardar unas horas para conectar con mi siguiente vuelo, a la ciudad de Izmir. La espera era larga, pero no lo suficiente como para salir del aeropuerto y hacer un pequeño tour por la ciudad, de manera que decidí caminar por las salas del aeropuerto. Paseaba muy contento cuando de repente, sin la menor advertencia, apareció justo frente a mí: jamás podría haberme imaginado que me tocaría enfrentar una tentación semejante. Definitivamente no estaba preparado para algo así. Estaba allí, más alta que yo: una enorme torre de “delicias turcas”, empacadas en latas hermosamente decoradas. Ahora bien, la verdad es que yo nunca he probado las “delicias turcas”, pero me identifiqué inmediatamente con Edmund Pevensie de El león, la bruja y el ropero (por C.S. Lewis) la primera vez que entró a Narnia. Él se sentía miserable y helado, y estaba enojado con sus hermanos. Cuando se topó con la Bruja Blanca creyó que ella era una reina, y aceptó comerse todas las “delicias turcas” que ella le ofreció. Yo, por mi parte, me sentía miserable y cansado, dispuesto a aceptar cualquier muestra de cortesía o generosidad. 53 Estoy convencido de que ahí reside uno de los grandes peligros para los viajeros: cuando estamos cansados o frustrados, cuando el viaje ha sido desastroso, podemos fácilmente bajar la guardia y ser tentados. ¿Qué podemos hacer? Es claro que debemos mantener la guardia en alto y resistir toda tentación. Aún las “delicias turcas”. A diferencia de la incomodidad que se siente cuando uno está entrenando intensamente, la tentación no desaparece con facilidad. Cuando uno está sin aliento pedaleando cuesta arriba, cuando los muslos arden como si estuvieran en llamas, uno puede continuar porque sabe bien que está casi en la cima; sabe que muy pronto podrá descansar. Pero uno nunca sabe cuándo se detendrá la tentación; lo que sí sabe es que tan pronto como ceda, la tentación desaparecerá, aunque sea solo temporalmente. Santiago nos mostró un camino más alto: “Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes” (Santiago 4:7). Yo debo escoger ese camino más alto cada vez que soy tentado, aún si he fracasado anteriormente. No estoy seguro de cuál era la espina que tenía clavada Pablo en 2 Corintios 12:8-9, pero puedo decir con él: “Tres veces le rogué al Señor que me la quitara; pero él me dijo: ‘Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.’ Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo.” Padre, que tu gracia me baste. Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir. 1 Corintios 10:13 54 Viaje 18 Spera nel Signore A mí sí que me cuesta esperar . . . Demasiadas veces me ha tocado esperar varias horas para abordar un avión demorado, pero hoy estoy más bien esperando a John Keating, un hermano querido que viene a bordo de un avión que viene tarde. Mientras espero recuerdo que no hace muchos años, cuando algún pariente cercano iba a volar a otro país, sus familiares acostumbraban venir al Aeropuerto Juan Santamaría (entonces llamado El Coco) para despedirlo. Había un balcón, y la gente se quedaba ahí hasta que el avión hubiera despegado. El ritual de llegada era parecido. Pero la costumbre murió mucho antes del 11 de setiembre del 2001 y las extremas medidas de seguridad subsiguientes, simplemente porque dejó de ser práctico. Hoy en día, al regresar de un largo viaje, nada me haría más feliz que ver a mi esposa y mis hijos esperándome en el aeropuerto, pero con solo pensar en la posibilidad de que tengan que esperar un avión que viene con dos o tres horas de retraso, me convenzo inmediatamente de que es mejor tomar un taxi. El vuelo de mi hermano se atrasó poco más de una hora, nada del otro mundo. En realidad es bueno esperar para ejercitarnos regularmente en la realidad de que, aunque no nos guste, las cosas buenas a menudo requieren tiempo. La mayoría de las veces la respuesta a nuestras oraciones no es inmediata; más bien, Dios nos pide que esperemos, que lo esperemos a Él. Así es también con nuestra recompensa final, el premio perfecto que tanto anhelamos. Esperamos en el Señor, poniendo toda nuestra confianza en Él. Il Signore è mia luce e mia salvezza, di chi avrò paura? Il Signore è difesa della mia vita, di chi avrò timore? . . . Ascolta, Signore, la mia voce. Io grido: Abbi pietà di me! Rispondimi. Di te ha detto il mio cuore: “Cercate il suo volto”; Il tuo volto, Signore, io cercherò. Non nascondermi il tuo volto, non respingere con ira il tuo servo. Sono certo di contemplare la bontà del Signore 55 nella terra dei viventi. Spera nel Signore, sii forte, si rinfranchi il tuo cuore, e spera nel Signore. Sì, spera nel Signore. Salmo 27:1, 7-9a, 13, 14, recitado por el Papa Juan Pablo II en la parroquia de San Roberto Bellarmino ai Parioli, Roma, 2 de marzo de 1980. (Texto italiano de La Sacra Bibbia, Edizione CEI) El Señor es mi luz y mi salvación;¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme? . . . Oye, Señor, mi voz cuando a ti clamo; compadécete de mí y respóndeme. El corazón me dice: “¡Busca su rostro!” Y yo, Señor, tu rostro busco. No te escondas de mí; no rechaces, en tu enojo, a este siervo tuyo (...) Pero de una cosa estoy seguro: he de ver la bondad del Señor en esta tierra de los vivientes. Pon tu esperanza en el Señor; ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu esperanza en el Señor! 56 Viaje 19 Hambre Mi primer viaje a São Paulo me dejó boquiabierto: no podía creer los contrastes sociales. No digo que en mi país no existan, pero yo nunca los había experimentado con tanta claridad. Probablemente tiene que ver con el hecho de que Ana María y yo no somos de alta cocina, es decir, que no nos da por salir a cenar en restaurantes donde uno paga más por comer menos. Pero el hecho de que sólo en Brasil hay entre siete y diez millones de niños que viven en las calles también tuvo un gran impacto sobre mí.1 Ciertamente, esta es una ciudad llena de restaurantes. He visit